Lo que sucedió con una socia de una cooperativa de la Banda del Rió Salí confirmo la sospecha de muchos. Y es que a pesar de las permanentes declaraciones de la presidenta, del gobernador, de los intendentes y de cuanto funcionario se cruzo frente a un micrófono acerca de que el programa Argentina Trabaja estaría a salvo de las practicas clientelares ya que sus beneficiarios están obligados a trabajar y como cobran sus salarios con tarjeta bancaria nadie podrá quitarles o pedirles una parte, muchos sospechábamos igual. Y la verdad es que hay muchas razones para esas sospechas, pero creo que seria necesario, si queremos entender y modificar esa cuestión, corrernos del caso puntual y de coyuntura para intentar analizar estructuralmente el fenómeno llamado "clientelismo".

De la militancia al vasallaje

De manera casi imperceptible, en algún momento de los 90 se dejo de decir que "alguien milita en política" para decir que alguien "trabaja en política". Eso ocurrió cuando la actividad política pasó de cosa pública a negocio privado. Digo esto sin intentar construir un relato ingenuo o idílico de como era la política antes de los 90. Pero si afirmo que el hacer o el militar en política antes de los 90 tenia, en general, otras motivaciones, otras búsquedas y, también hay que decirlo, otras ilusiones e ideales. Por supuesto que si el candidato que se apoyaba ganaba, se buscaba un puesto, un nombramiento, un cargo. En el 83 en Tucumán se dio una de las elecciones más democráticas en ese sentido. El radicalismo gano las nacionales y la municipalidad capitalina con Alfonsin y Chebaia respectivamente, mientras que el peronismo gano la provincia con Riera y las mayorías de las municipalidades. Así fue que militantes peronistas engrosaron las filas de los empleados públicos provinciales. Legislatura, Tribunales, Caja Popular, Subsidio de Salud y Dipos fueron los lugares mas buscados. Mientras, la municipalidad capitalina, la universidad y las diferentes reparticiones nacionales como el Pami, la Dirección de Azúcar y las delegaciones de ministerios nacionales se poblaron de militantes radicales. A muy pocos esta situación le llamo la atención, ya que resultaba natural que fuera así. La diferencia estaba en que los nombrados, en su inmensa mayoría, efectivamente trabajaban. Eso cambio en los 90 de manos de políticas perversas. La deserción del estado privatizaciones mediante, la utilización de la actividad política para hacer negocios privados, la necesidad de pagar o comprar apoyos para implementar programas antinacionales y antipopulares, el creciente desempleo con el consiguiente aumento de la pobreza e indigencia, fueron los principales factores que prohijaron el clientelismo. Es que el clientelismo solo es posible si un estado desertor deja de garantizar a los ciudadanos sus derechos básicos, como la comida, el trabajo, la salud, la educación, una vivienda digna, etc. El hombre común se ve empujado entonces a buscar o procurar esos derechos a través de un influyente (dirigente, puntero) político. Este influyente es el que le consigue una cama para internarse en un hospital publico, un banco para el hijo o hija en una escuela publica, un trabajo o un nombramiento en alguna repartición publica o lo pone primero en las listas para entregas de casas que construye el estado, y así. El precio a pagar es que ese hombre se transforma en vasallo del influyente. Acá voy a decir que utilizar el termino "clientelismo" para estas relaciones me parece incorrecto, y a cambio propongo denominarlo vasallaje. Definimos como vasallaje a esa relación que se establecía entre el señor feudal y los siervos, donde estos últimos eran libres en tanto no esclavos, pero todo los demás, la tierra y la casa donde vivía, el producto de sus trabajo y hasta la virginidad de sus hijas era propiedad del señor feudal. El vasallo contemporáneo no recibió una casa del estado, el trabajo de, por ejemplo, ordenanza en una escuela no se la dio el estado, el tratamiento medico o la operación que le hicieron en un hospital publico no lo pago el estado, todo eso se lo dio o se lo consiguió el influyente político y de ahí en mas es su vasallo. Y el ser vasallo obliga a ir a los actos que el señor indique, votar lo que el señor indique y agradecerle sumisa pero efusivamente al señor feudal. Otra manera que toma el vasallaje es la "ayuda". La técnica es básicamente un mangueo, o sea algún vasallo que presto o presta algún servicio del agrado del señor (votos, concurrencia a actos, etc.) busca al señor y con receta o factura de luz en mano, o simplemente con un argumento convincente procede a pedir un 50, un 100 y de ultima un 10. Otro caso son las ayudas mensualizadas. Esto esta reservado para los vasallos más útiles o importantes que todos los meses pasan a cobrar un dinero que puede ir de los 300 a los 500 pesos. La pregunta es de donde salen esos dineros. Una de las fuentes de financiamiento son partidas que el gobierno entrega a los señores para este fin, y se conocen con el eufemismo de gastos de bloque, gastos para ayuda social, gastos de representación, gastos de campaña y otros. Otra fuente de financiamiento son los nombramientos a compartir. La técnica es dar a algún vasallo de confianza un nombramiento en alguna repartición oficial, posteriormente se lo adscribe a otra área, legislatura y concejos deliberantes son las más comunes, a fin de que no vaya a trabajar, pero su sueldo es compartido por otros tres o cuatro vasallos. En la jerga política esto se llama "contener" o "dar soluciones". Son contados los señores que sacan plata de sus bolsillos y cuando lo hacen es por poco. Conclusión: el vasallo recibe todo lo que recibe del estado, o sea de todos nosotros, y la perversión es que cree porque le hicieron creer, que recibe gracias a la caridad y la bondad del señor feudal. Muchas fantásticas carreras políticas se acabarían si los vasallos se dieran cuenta.